La selva (I) La Vorágine - José Eustasio Rivera


     ¡Qué actual La Vorágine y qué desolada su relectura! Se puede sustituir caucho por coca y ahí sigue inalterable el mismo mundo que pinta y denuncia. Allí están el Vaupés, el Caquetá y el Putumayo. La violencia cruda y las masacres por el dominio. El recurrente sueño de la riqueza a cualquier precio, los Winchester en su versión de hoy en día, la venta de hombres, mujeres e indios, las prostitutas que emigran para aliviar a los machos estrepitosos de su carga de oro o de dólares.
     Pero una novela es una obra de arte y su perdurabilidad no proviene de injusticias milenarias o de interesados anacronismos. De que ahora, como entonces, entre el Ejército de la selva para poner orden. Ellas funcionan por sí mismas, por su impacto en un lector no forzosamente colombiano (por ejemplo, la edición sueca de 30.000 ejemplares con prólogo de Artur Lundkvist, el hacedor de los premios Nobel en lengua española). Por los nuevos ojos que no solo la toman en cuenta como testimonio social o ecológico sino por decirnos algo revelador sobre nosotros mismos. Sobre nuestros sueños o nuestros fracasos. Y en esto, en el fracaso, la novela es especialista. "¡Nuestra madrastra fue la pobreza. Solo fuimos los héroes de lo mediocre!" 
     Así, altisonantes, escribe Rivera, o mejor: su antihéroe, Arturo Cova, "un desequilibrado impulsivo y teatral", para hablarnos de hombres "despreciados hasta por la muerte" que vagan alucinados por una selva 'sádica'. Y su lenguaje, por más glosarios de lenguas indígenas, muy seguramente muertas, todavía posee un fuego interno y una velocidad vertiginosa para hundirnos en ese infierno sin nombre del Orinoco y el Guainía. Ese país que todavía engaña, seca y olvida a sus hijos, incluido Rivera mismo. Porque él lo supo, mejor que nadie, como gran novelista, incapaz incluso en sus sueños de escapar a esa "visión imaginativa" que lo cerca con sus recurrentes figuras y lo obliga a escribir:
"Y no pienses que al decir 'Funes' he nombrado a una persona única. Funes es un sistema, un estado de alma, es la sed de oro, es la envidia sórdida. Muchos son Funes, aunque lleve uno solo el nombre fatídico".
     Con toda la razón Jorge Luis Borges, en 1942, nos obligó a recordar perpetuamente la locura inagotable del mundo con aquella metáfora perfecta llamada "Funes el memorioso". La lucidez del insomnio desmontando lo vacuo de una realidad atroz.
(Juan Gustavo Cobo Borda.)

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